…Segunda parte
«El silencio esta a veces cargado de significado, que torna innecesaria la palabra, no solo por quedarse inútil, sino porque al hablar se echaría a perder esa esencia tan frágil que lleva consigo el silencio, y que impide por así decirlo, que se le toque. El silencio es un homenaje que el habla tributa al espíritu»
Parafraseando a María Corbí el mundo se nos muestra, pero no lo percibimos automáticamente, necesitamos aprender a mirar, ejercitando el prestar atención, pero no con la atención fluctuante que gestiona mil cosas, que salta de un punto a otro de la cotidianidad sino con la atención más focalizada en el presente, donde paradójicamente el sujeto que mira (el yo) se vacía y se abre hacia lo otro, hacia la Vida.
Ahondamos en la práctica del silencio, ejercitando la herramienta cognitiva de la atención, atención focalizada y abierta a lo que se presente.
Silencio no es quedarse como piedra, ni alejarse de la realidad. Silencio es desocupar para poder recibir. Silencio es predisponerse a atender, a recibir, a escuchar, es abrirse a la realidad. Silencio es detener la mirada utilitaria para poder ver desde la gratuidad. Para que nazca un conocimiento silencioso que brota del misterio de uno mismo que es el misterio del cosmos.
El Bhagavad Gita habla de quien encuentra el silencio en su actuar y comprende que el silencio es acción, esa persona ve la luz y halla paz.
El Tao Te King habla del sabio, que adopta la táctica del no-hacer y practica la enseñanza sin palabra. Señala poéticamente como se abren puertas y ventanas en los muros de una casa pero es el vacio lo que permite habitarla. ¿Sería el silencio el vaciado que nos permite ser más nosotros mismos?
¿Y cómo se diferencia esa no acción de la otra acción?
Actuar seria adoptar un papel, un personaje, vivir en nuestra personalidad con su historia, hábitos, memorias y defensas aprendidas. Actuar bajo el patrón de nuestras necesidades, especialmente de reconocimiento de los demás. Actuar es ser reactivo a la actitud de los demás hacia nosotros. Ese actuar obstaculiza la Vida que todo lo es.
No-actuar sería dejar caer el disfraz, dejar de identificarnos con el escenario y el personaje principal, y descubrir al ser que somos cuando nos atrevemos a quitarnos la careta. No es pasividad, es interrumpir automatismos, para vivir la vida que es, no la realidad mental que fabricamos día a día.
Nisargadatta expresa inspirado como es esta acción que es no acción: La flor llena el espacio de perfume, la vela de luz. No hacen nada y, sin embargo, cambian todo con su mera presencia. Su presencia misma es acción.
Etty Hillesum en su diario en el campo de concentración de Westerbork, expresa la importancia de conectar con esos claros de paz interior para poder irradiar a los demás, en su caso, en una situación terrible.
Thomas R. Kelly expresa la perplejidad y el malestar interior de vivir sin momentos dedicados al silencio del corazón, de vivir en un ritmo enloquecido de obligaciones, llevando cargas que nos tensan cuerpo y mente. Reclama buscar ese centro infinito dentro de nosotros, que unifique nuestra vida dispersa, dejarnos guiar por esa voz y por la paz que surge desde ese Centro. ¿La vida no se haría más sencilla, más serena, más radiante?
Concluyendo con una frase de Rafa Sanchez en su libro Ser, La tragedia no es desaparecer. Es no estar en nosotros mientras somos.
La vía meditativa o del silencio es otra manera de dirigir la atención, de manera más sostenida, más fuera del tiempo y de las andanzas de nuestro yo.
La lectura de textos de diverso origen nos confirma que hay muchas maneras de expresar la vivencia profunda, de apuntar a lo esencial y que a cada cual interpela o da luz con diferente matiz o intensidad.
Libros, enseñanzas, maestros ayudan y son necesarios para el inicio de la maravillosa andadura que es Mindfulness pero, lo determinante es practicar, practicar y practicar.