Presencia en las relaciones
Mindfulness o atención plena es una cualidad de la mente, su capacidad intrínseca de estar presente y consciente en un momento determinado en que cuerpo y mente se sincronizan totalmente en un instante de realidad
Cuando estamos estresados, andamos separados, alienados de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Al acercarnos a nuestro ser o al mundo nos calmamos. La conexión, el contacto nos centra, nos hace sentir mejor. Tratar de unificar cuerpo y mente nos relaja. Las prácticas de atención plena tienen esta función: volver a conectarnos con nuestro ser, y poner presencia en nuestra realidad.
Podríamos afirmar que la relación más importante que podemos desarrollar es con nosotros mismos. Cultivar el autoconocimiento y la aceptación de nuestras capacidades y de nuestros límites, desarrollar el auto-aprecio y la auto-compasión, las dos caras del amor a uno mismo.
También podemos aprender a relacionarnos con nuestros contenidos mentales, de modo saludable y un camino seguro es desarrollar la consciencia testigo, dimensión personal más profunda que se cultiva con la práctica meditativa.
Aprender a aceptar y disfrutar la soledad es un gran logro personal. Para establecer una relación en pareja sana, es preciso antes saber estar solo y quererse. Y desde ahí aprender a convivir y compartir.
En el mundo de las relaciones, la atención es un ingrediente fundamental que puede transformar totalmente la calidad de nuestros intercambios con los demás. El más importante regalo que se puede dar a otro es el regalo de la presencia. En una era de distracción y ansiedad casi permanente, la gente anhela momentos de atención o plena presencia con sus seres queridos. Cuando alguien está totalmente presente con nosotros, nos sentimos reconfortados y nutridos. Los momentos especiales se graban porque el arte de la memoria es el arte de la atención. No dejar que la mente nos aparte del aquí y el ahora y volver a estar presentes es vivir la conexión en la experiencia de las relaciones.
Dice Eckhart Tolle que el modo habitual de relacionarnos con el momento presente es convertirlo en un medio para conseguir otra cosa, no un fin en sí mismo. Normalmente usamos las relaciones como un medio para conseguir un fin, para obtener placer, compañía, información, beneficios materiales, reconocimiento, seguridad, etc. de modo que nos permitan afirmarnos. Pero cuando nos relacionamos con una persona en un momento dado, tenemos también la opción de considerarla como un fin en sí mismo.
Las relaciones generalmente están mediatizadas por el factor tiempo. Lo que conozco de una persona está relacionado con las experiencias que he tenido con ella en el pasado, o lo que espero de ella en el futuro. Cuando nos encontramos con alguien estamos condicionados por los juicios a través de los cuales definimos a esa persona. Sin embargo para conocer a otro en su esencia no es preciso saber de su historia y experiencias, es un conocimiento no conceptual que tiene lugar cuando la mente se aquieta. Podemos aprender a centrar nuestra atención en una persona, sin expectativas, prescindiendo de sus circunstancias, apariencia, conducta,…
Nos formamos rápidamente opiniones, y juicios severos, que crean una barrera artificial entre los seres humanos . Evitar los juicios no implica ignorar lo que el otro hace, implica reconocer que su conducta es una forma de condicionamiento. Cada ser humano está condicionado para mostrarse y comportarse como lo hace. Si tuviéramos en cuenta que con experiencias similares a las suyas y un mismo nivel de consciencia, nosotros podríamos actuar de manera similar, los juicios cesarían. Otro obstáculo en las relaciones es la carga emocional que arrastramos, que tiende a aflorar como reacción automática en presencia de determinadas personas, al interpretar sus actos como algo personal contra nosotros. Se trata de ese dolor, fruto del pasado, que se ha ido acumulando y que se manifiesta al sentirse amenazada nuestra identidad, apareciendo los dramas y enfrentamientos. En estos casos, la capacidad de observar lo que sucede en nuestro interior, nos permite un espacio de quietud para elaborar una respuesta más lúcida, en lugar de reaccionar pasando al ataque o la huida que solo traerán más sufrimiento. Ello está en la base de la inteligencia emocional. Ser capaces de prestar atención compasiva a esa carga del pasado, puede empezar a aliviarnos de ella.
Conocernos y aceptarnos compasivamente, observar nuestros juicios y cargas emocionales, son los primeros pasos para cultivar la comprensión y la presencia compasiva ante los demás.