Muere lentamente quién se transforma en
esclavo del hábito,
repitiendo todos los días del mismo trayecto,
quien no cambia de marca,
no arriesga a vestir un color nuevo y
no le habla a quién no conoce.
Muere lentamente quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre el blanco y
los puntos sobre las “íes” a un remolino de
emociones,
justamente las que rescatan el brillo de los
ojos, sonrisas de los bostezos,
corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente
quien no viaja,
quien no lee,
quien no oye música,
quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente
quien destruye su amor propio
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente,
quien pasa los días quejándose de su mala
suerte
o de la lluvia incesante.
Muere lentamente,
quien abandona un proyecto antes de
iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce,
o respondiendo cuando le indagan sobre algo
que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas,
recordando siempre que estar vivo exige un
esfuerzo
mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que
conquistemos una espléndida felicidad.